Los nuevos habitantes de la España Vacía

Los rumanos de Chañe: la tierra donde nacen las fresas


Asier Andrés

Ramona Vlad describe una vida dura. Habla de dejar atrás una vida en Bucarest y con 23 años mudarse a un pueblo castellano de 850 habitantes movida por la pura necesidad de encontrar un trabajo. Habla de ver crecer a dos hijas, de cuatro y siete años, que ya no hablan su idioma y que le dicen: “Mamá, tu eres de Rumanía, nosotras somos de Segovia”. Habla de la tierra helada en invierno y del calor del verano; de larga jornadas de trabajo repetitivo y tedioso.

Es sábado al mediodía, y aunque en el resto del pueblo impera el letargo habitual, en la plaza de Chañe hay una media docena de niños jugando, riendo, alborotando.

Entre ellos están las dos hijas de Ramona. Ella las mira y relata su vida como en si realidad no hubiese sido dura. Su voz solo se quiebra, durante un segundo, cuando dice:

-Yo fui a la Universidad. Estudié contabilidad. Ahora estoy aquí, lavando cebollas.


Todo el mundo sabe que las fresas vienen de Huelva. Lo que quizás no tantos saben es que las fresas de Huelva nacen en viveros ubicados en la frontera entre las provincias de Segovia y Valladolid, una zona conocida como El Carracillo, de la que forman parte pueblos como Chañe, Cuellar o Gomezserracín.

Plantas de fresa en Chañe Plantas de fresa en el municipio de Chañe.

Se trata de una tierra de campos extremadamente arenosos, que siempre se consideró poco apta para la agricultura. Por eso, El Carracillo fue tradicionalmente una zona de pinares que se cultivaban para producir resina.

El problema principal de los pinares era que necesitaban mucho espacio y pocas familias podían vivir de ellos. La zona alimentó la emigración a Madrid o Valladolid durante muchas décadas, y los pueblos se fueron quedando vacíos.

Los campos arenosos tienen una cualidad buena y otra mala. La buena es que son fáciles de labrar y permiten que las plantas extiendan sus raíces con la misma facilidad con la que una mano se hunde en la arena. La mala es consecuencia de la buena. Este tipo de suelos pierde el agua y los nutrientes que necesitan las plantas para vivir con la misma rapidez que la lluvia se cuela entre la arena.

En la agricultura tradicional esto era un problema grave. Pero cuando llegaron métodos intensivos de producción como la fertirrigación (usar agua con fertilizantes disueltos en ella), la pobreza del suelo dejó de ser un obstáculo. Las tierras arenosas se comenzaron a valorar por su buena calidad, por ser un buen soporte para las plantas. Todo lo demás se podía compensar con la química.

Hace unos 25 años, los viveros de fresas llegaron a El Carracillo. Para entonces, Huelva era ya la suministradora principal de fresas de toda Europa y necesitaba cada año cantidades ingentes de plantas que produjesen fruta.

Las fresas se siembran en Segovia en verano y cuando han comenzado a florecer, al comienzo del otoño, se sacan del suelo y se llevan a los invernaderos de Huelva, donde darán fruto y estarán listas para inundar el mercado desde marzo.

El trabajo de sacar las plantas jóvenes de la tierra tiene que hacerse a mano. Las fresas forman una maraña sobre el campo, algo parecido a una alfombra, que ninguna máquina puede desenredar.

Trabajadoras rumanos en las plantaciones de fresa Trabajadoras rumanas en las plantaciones de fresa.

El Carracillo, entonces, comenzó a necesitar gente.

Por eso llegaron los rumanos o, más bien, las rumanas.

Hoy en Chañe, uno de cada tres empadronados nació en Rumanía, según los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística. Pero en realidad, la presencia rumana es mayor. A los 263 que estaban empadronados el año pasado, hay que añadir sus hijos, que al haber nacido en España ya no figuran en el padrón como extranjeros, y los hijos de parejas mixtas.

En los meses de más trabajo, en el otoño, llegan además centenares de rumanos solo para la temporada de la fresa. Entonces, es difícil encontrar casas vacías en el pueblo, y por las noches, la plaza se llena de gente.


Cuando hacia el año 2000 o 2001, la cooperativa de producción de plantas de fresa que dirige Gustavo Herranz comenzó a funcionar realmente bien, una de las primeras cosas de las que se dio cuenta fue:

-Aquí gente no hay. Entonces, ¿dónde coño hay gente?

Gustavo pensó en contratar colombianos, básicamente por la facilidad para comunicarse con ellos. Durante dos o tres años, la cooperativa que dirige Gustavo organizó viajes para traer temporeros de Colombia. La idea era traer gente para el pico de producción del inicio del otoño, ofrecerles el viaje y vivienda durante estancia como parte de su salario, y después llevarlos de vuelta hasta el año siguiente.

Sin embargo, cuando Rumania entró en la Unión Europea, surgió una nueva posibilidad. Los rumanos eran considerablemente más baratos, porque el viaje solo costaba unos 200 euros, y rápidamente, por la similitud del idioma, adquirían el nivel de español suficiente para comprender órdenes.

Para entonces, muchos rumanos ya recogían fresas en Huelva durante la primavera y el verano, y la posibilidad de alargar la temporada unos meses más en Chañe les resultó atractiva.

Los colombianos no volvieron y los rumanos comenzaron a llegar. Primero solo para los meses en los que había más trabajo después de pasar por Huelva y antes de volver a casa. Luego, cuando vieron que había trabajo estable durante varios meses en Chañe, sobre todo para las mujeres, comenzaron a migrar directamente al pueblo segoviano.

Los propietarios de los viveros, como Gustavo, prefieren a las mujeres porque consideran que son mejores para trabajos repetitivos y que requieren precisión.

Trabajadores rumanos en las plantaciones de fresa Gustavo Herranz da instrucciones a sus trabajadoras en los campos de fresa.

Muchas de esas rumanas comenzaron a emparejarse con hombres españoles, casi siempre mayores que ellas, y optaron por quedarse en el pueblo. Otras, al volver de Rumanía, contaron a sus tías y hermanas sobre la facilidad de encontrar un trabajo en Chañe con mejores condiciones que las imperantes en Huelva. Llegaron más mujeres. Se formaron más parejas. Nacieron los hijos de las primeras parejas mixtas. Las mujeres rumanas que estaban casadas trajeron también a sus maridos, y ellos se emplearon como tractoristas, o en los trabajos más pesados.

Al aumentar la población estable en el pueblo, los propietarios de los viveros de fresas fueron diversificando su producción. Sembraron cebollas, puerros y zanahorias, y así, además de incrementar sus ganancias, lograron ofrecer jornales durante más meses a sus trabajadores.

Actualmente, en Chañe se puede ganar hasta 1.200 euros al mes durante siete meses al año y muchos rumanos han dejado de pensar en volver a su país.

La actividad de la cooperativa que dirige Gustavo creció tanto que ahora emplea unas 200 personas de manera estable y 800 durante la recolección de las plantas de fresa, casi tantas como habitantes tiene el pueblo.

La vida cambió. Gustavo aprendió a comunicarse en rumano, visitó el país en una ocasión y uno de sus hermanos terminó casado con una rumana.

A diferencia de lo que ha sucedido en otros pueblos vecinos, en Chañe, la escuela no ha cerrado. Para el curso próximo, está prevista la matriculación de nueve alumnos nuevos.

A veces, a Gustavo, que también es concejal, algún vecino le pregunta: “¿Qué es esto que nos has traído?” Él responde: “Esto es lo que hay”.


Las fresas trajeron a los rumanos a Chañe y las fresas marcan el ritmo de sus vidas. Ramona Vlad expone el ciclo que se repite cada año. Sembrar las fresas y las otras hortalizas en la primavera, cuando la tierra está aún dura por las heladas y hace doler las manos. En el otoño, pasar los días agachada, sacando plantas de fresa y clasificándolas en tres categorías. Durante el verano, lavar y cortar hortalizas sin parar, a la velocidad que impone una cinta transportadora.

Durante el resto del tiempo, simplemente nada que hacer.

Así han transcurrido los últimos nueve años en la vida de Ramona.

Vecinos en Chañe Ramona Vlad-sentada y con gafas ocuras- y sus vecinos en la plaza de Chañe.

Un día de 2007, la empresa italiana en la que trabajaban como contable cerró la mayoría de sus oficinas en Rumanía, incluida la de la capital del país, Bucarest, en la que Ramona había trabajado desde que terminó la Universidad. Ramona tenía entonces 23 años y se acababa de casar con un técnico forestal al que conoció un día en el pueblo de su abuela, mientras llevaba una vaca a pacer al prado.

Al quedarse sin empleo, habló con una tía suya, también contable, que se había marchado un año antes a Chañe. Ella le ofreció ayuda.

En cuanto llegó al pueblo, en 2008, la pusieron a cosechar zanahorias durante el verano. Fue duro. Pero al año siguiente llegó su marido, y pronto nacieron las niñas, y la pareja se compró un coche, y empezaron a ir de vacaciones una semana al año; y se hicieron a la vida en España, un país en el que sus hijas podían recibir una buena educación y aprender a nadar en una piscina.

Aunque tiene formación, Ramona no ha pensado en buscar un empleo mejor. Le asusta no hablar bien el idioma, teme que le pongan problemas burocráticos para convalidar su título. Además, nunca ha conocido una rumana que haya logrado dejar los trabajos agrícolas.

- Esto es duro, pero te quedas contenta al final de mes cuando ves la nómina y cuando ves a tus hijas felices.

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