Los nuevos habitantes de la España Vacía

Guadalajara, la tierra de los búlgaros y del espárrago


Giulia Capozzi
Un campo de espárragos en Torre del Burgo Un campo de espárragos en Torre del Burgo.

La campiña de la provincia de Guadalajara siempre ha sido famosa por su clima favorable a los cultivos y sus amplias y fértiles terrazas fluviales. Entre los diversos productos agrícolas de la zona hay uno que llama la atención: el espárrago verde.

Más de la mitad de la producción de espárrago se exporta fuera de España, sobre todo a Alemania y Francia. Debido a esto, el espacio dedicado a este cultivo se ha ido incrementando progresivamente en esta provincia durante los últimos diez años hasta alcanzar, en la actualidad, el millar de hectáreas. La producción viaja a un ritmo creciente y necesita un gran aporte de mano de obra. Y no hay manos nacionales para esta tarea, mas bien, es un trabajo hecho casi exclusivamente por extranjeros.

El ciclo de recolección del espárrago empieza sobre el 20 de marzo y dura unos dos meses, más o menos hasta el 2 o 3 de julio. Durante esta temporada, cientos de inmigrantes, especialmente rumanos, búlgaros y marroquíes, se van a trabajar a los inmensos campos aislados bajo el control de las empresas del territorio. Empresas hay tres y pertenecen a nacionales, procedentes de alguno de los pequeños pueblos ubicados en los extremos de las tierras cultivadas. En la región hay un total de 288 pueblos, y casi treinta de ellos tienen un porcentaje de extranjeros igual o superior al 20% de la población total.

Torre del Burgo y Heras de Ayuso son los dos municipios que más destacan en este conjunto de pueblos. Sus superficies no llegan a los 15 km cuadrados, y ambos tienen un número de empadronados inferior a 300 personas pero, según los datos del padrón continuo del INE, en Heras de Ayuso son extranjeros el 55% de los residentes, y en Torre del Burgo esta proporción llega al 75%. Los dos pueblos son un conjunto de chalets, naves y asfalto, rodeados solamente por hectáreas de tierra fértil y miles de olivos plantados ordenadamente en filas paralelas.

No es difícil darse cuenta de que se está entrando en una realidad completamente desconectada de los ritmos que gobiernan las ciudades españolas: para ir a Torre del Burgo y Heras de Ayuso solamente hay dos autobuses al día, uno a las dos y otro a las cinco de la tarde. Parten de la estación de Guadalajara, el conductor te lleva solo bajo solicitud expresa, y si quieres volver a la ciudad tienes que hacer autostop. Raramente hay otra alternativa, "el autostop se usa mucho, aquí hay buena gente”, explican algunos habitantes de la zona.

El alcalde de Heras de Ayuso Jesús, Sierra, alcalde de Heras de Ayuso.

Si se lo pides, el conductor del pequeño autobús te deja en una de las calles de Heras de Ayuso que asoman a la carretera. Hay mucho sol, pocos árboles y campos agrícolas por todos lados. En los límites de los cultivos vacíos me esperan unas naves, algún coche, viejas casitas blancas y dos personas que están intentando arreglar algo en un tractor. Son del Este de Europa y dicen que el ayuntamiento se encuentra en la única plaza del pueblo, que dista unos 800 metros: “subes arriba, le das la vuelta al campanario y allí está el ayuntamiento”.

La plaza se encuentra entre el edificio municipal y una parroquia cerrada, y tiene algunos bancos. El alcalde, Jesús Sierra Lumbreras, me está esperando sentado a la sombra de un árbol. Me invita a sentarme. Es serio, pero predispuesto a hablar y está de acuerdo en dejarme entrevistar algunos inmigrantes. La mayoría ahora están trabajando, hay pocas personas por el centro de Heras. La primera frase que me dice sobre el pueblo es: “aquí hay algo de racismo”. “Yo no lo permito ¡eh! – específica –, trato todos de la misma manera. Pero en Heras hay algo de racismo”.

Luego empieza a contar: “Este municipio era un pueblo pequeñito, hace 20 años la gente se marchaba hacia la ciudad, y Heras iba desapareciendo. Pero los autóctonos son emprendedores, y pusieron un producto que es muy apetecible: el espárrago. El espárrago da dinero, la mayoría se exporta en Francia y Alemania… pero el español no corta espárrago en los campos. Entonces, alrededor de este producto se han contratado cientos de inmigrantes, sobre todo del Este de Europa. Este es un pueblo lleno de búlgaros, marroquíes y algunos rumanos”. Jesús Sierra me explica que la mayoría de la población inmigrante llega a principios de marzo, cuando empieza la temporada: “Aquí rige una situación que cuando llega la estación de recogida, hasta julio, viene toda la mano de obra. Después, cuando termina el proceso de recolección, muchos se van a Valencia, donde hay naranjas, o a donde se recoge la uva.”

Muchos, pero no todos: en Heras de Ayuso la mayoría son familias, y los niños van al colegio a Humanes, un pueblo cercano. Cuando los hombres se van a trabajar a otros campos en España o Europa, se quedan sus hijos y esposas. Las mujeres también trabajan, en la recogida en el campo, y después en la limpieza y empaquetado del espárrago.

En Heras de Ayuso, me explica el alcalde, la población no española se distribuye en un total de 22 viviendas. Estas no vienen entregadas por las empresas: “Son las peores viviendas del pueblo, a menudo un poco destrozadas, y estuvieron un tiempo en régimen de venta. Pero, como nadie las compraba, se pusieron en alquiler, y ahora están alquiladas a los inmigrantes, que arreglan todo como pueden”. Cuando pregunto –un poco ingenuamente– al alcalde cuanta diferencia hay entre el alquiler pagado por un búlgaro y el pagado por un español, él me contesta que “aquí no hay españoles que pagan alquiler”. En Heras de Ayuso los españoles son los dueños. Españoles e inmigrantes no viven por separado. Los vecinos duermen unos al lado de otros, pero esto importa poco en el resultado final: de lunes a viernes en el pueblo casi solamente hay extranjeros.

Heras de Ayuso Heras de Ayuso.

Hoy, que es jueves, la calles de Heras están vacías. “Generalmente –me dice Jesús– los oriundos vienen de veraneo o durante los fines de semana”, cuando no trabajan y quieren gozar del paisaje bucólico de sus pueblos. Durante el resto de los días, este pequeño municipio en el que no hay ni farmacia ni una tienda de alimentación, está casi totalmente habitado por familias búlgaras y marroquíes.

Entonces le pregunto por qué, poco antes, me dijo que en Heras hay “algo de racismo”. Jesús me dice que lleva 22 años de alcalde aquí: “Yo pude ver episodios de racismo más que ninguno”.

En Heras de Ayuso hay tres fiestas municipales al año. “Cuando hay las celebraciones del pueblo –me explica– el ayuntamiento invita a toda la población, pero los inmigrantes no van, y esto es porque ven gestos desagradables por parte de los españoles. Yo trato a todo el mundo igual –quiere especificar–, autóctono o no, para mí es igual”.

El alcalde con Iván, el único jardinero
          del pueblo El Alcalde con Iván, el único jardinero del pueblo.

En el pueblo no hay cursos de lengua castellana ni programas específicos de integración para migrantes. La vida en el campo empieza a las nueve de la mañana, hay una pausa al mediodía y se trabaja hasta las ocho de la tarde. Luego a casa, donde las mujeres cocinan y la familia se reúne. En el pueblo hay muchos niños, y casi la totalidad son búlgaros, rumanos y marroquíes. Van al colegio a Humanes, otro municipio que colinda con Torre y Heras, y estudian con compañeros de nacionalidades diferentes. Estos niños son españoles, porque sus familias llegaron directamente a trabajar en el campo en España hace ya 13 o 15 años. Vazilka es búlgara y trabaja en los servicios de limpieza del ayuntamiento. Su padre Iván es jardinero, cuida las calles y se ocupa de otras pequeñas pero importantes tareas para el pueblo.

Vazilka tiene tres hijos: uno de catorce, uno de siete y un pequeño de 4 meses. Cuando le pregunto si sus hijos tienen amigos de origen español, ella me contesta que no: “tienen solamente amigos de orígen búlgaro, porqué aquí de la edad de mi hijos no hay españoles, todos son búlgaros. Pero cuando llega el fin de semana sí, los niños suelen jugar juntos”.
Vazilka me confirma que ni su familia ni sus amigos van a las fiestas oficiales del municipio: “No nos gusta mucho irnos a las fiestas. Hay alguno que no nos hablan, y además tenemos nuestras propias fiestas". Tienen muchos amigos y en la familia son nueve personas. Ivan y Vazilka me dicen que se sienten contentos: “En el pueblo todo muy bien. El trabajo muy bien, aquí nos gusta”.

Para terminar nuestra visita, Jesús me lleva al único bar del pueblo. Hoy está casi vacío: hay dos niños que juegan con una bicicleta y el chico encargado del bar, que está detrás de la barra. Se llama Miguel, nació en Rumania y llegó a España con su madre cuando tenía 5 años; vive en Guadalajara y viene todos los días a Heras para trabajar. Me acoge con una sonrisa y yo le pregunto qué tal la vida en el pueblo: “Durante la semana no muy bien. Se gana poco, hay pocas personas. Cuando llega el fin de semana y viene gente, entonces hay más trabajo.”

El único bar de Heras El único bar de Heras

Heras de Ayuso se anima el viernes, sábado y domingo. La plaza se llena de niños y el bar de adultos, y es en esos días, me dice Miguel, cuando se notan las distancias: “Yo veo dos países distintos en el mismo municipio”, me dice. “Cuando vienen búlgaros con españoles –continúa– generalmente se meten a beber en dos salas separadas, y cuando cierro la sala grande porque hay fiestas de pueblo, los búlgaros se ponen por esta parte y los españoles por esa”, y me indica el lado opuesto de la sala.


Son las dos de la tarde y lo que separa Heras de Ayuso de su pueblo más cercano, Torre del Burgo, es un kilómetro de asfalto ardiente y campos de espárragos. La superficie de este municipio es mas pequeña que la de Heras de Ayuso, no llega a los 5 kilómetros cuadrados, y las viviendas se distribuyen de manera distinta. Grupos de chalets recién reformados se alternan con filas de edificios más viejos y pequeños; todos rodeado por tierra agrícola.

Torre del Burgo es conocido en los medios por ser el segundo pueblo de España con mayor número de inmigrantes empadronados. También es el pueblo más cercano a las infraestructuras y campos de cultivo del espárrago.

A esta hora el pueblo está casi completamente desierto, no hay niños en las calles. El único bar es una estructura de madera con una terraza bastante grande. Se encuentra a unos quinientos metros de la gasolinera, y un hombre está sentado bebiendo una cerveza. La camarera es una mujer, ambos son del Este Europa. Ella es más tímida, me sugiere salir y hablar con el hombre: “Él es búlgaro”.

Hablamos tranquilamente de la vida en el pueblo.“Aquí se está bien – me dice bebiendo un botellín de cerveza-. En Torre del Burgo, extranjeros y españoles son como una familia grande. No hay problemas de integración, y sí, hay un curso gratuito de Castellano”.

El único bar de Heras Torre del Burgo.

Hace mucho calor, hay poca gente en la calle y todos ellos son de origen extranjero. Se une a nosotros una portuguesa con sus perros, y tres chicos búlgaros se sientan a una mesa a tomar algo. Tienen entre 20 y 25 años, han llegado hace poco de Grecia y no hablan español. Uno de ellos me explica en inglés que han trabajado antes aquí, y que durante el año van de un cultivo a otro por varias partes de España y Grecia, donde las empresas les distribuyen en base a las necesidades de la temporada. La vida en el pueblo es tranquila, dicen, pero no la llevan muy bien, y pronto se volverán para Grecia. Debido a las diferencias en el idioma, los chicos no consiguen explicarme mucho más.

Poco después llega un hombre con su coche. Le hablo de lo que estoy haciendo y me pregunta si quiero ir a ver la fábrica de empaquetado del espárrago: “Tengo que ir allí porque soy el asesor fiscal de una de las tres empresas del territorio. Si quieres venirte, a lo mejor encuentras algún empadronado en Torre del Burgo con el que puedas hablar”. Las calles a esta hora están vacías.

Un establecimiento de Torre del Burgo Planta de procesado en Torre del Burgo

El edificio para la limpieza y el empaquetado es una nave que se encuentra no muy lejos de la gasolinera y del bar. Huele agradablemente a espárrago, y por detrás de las ruidosas maquinas hay cientos de personas que trabajan en una cadena. Algunos lavan, otros cortan, otros empaquetan, otros cargan cajas. Hombres y mujeres, todos llevan batas y gorras del mismo color de los espárragos, verde brillante. La oficina es un pequeño espacio que asoma al área de trabajo. Los jefes de la empresa me dejan hacer fotos y me dicen que no hay problema en hablar con los trabajadores.

Hablo con uno de los encargados en la cadena de montaje, de origen búlgaro. Es alto y lleva una bata blanca y bien planchada. Me dice que llegó a Torre del Burgo hace 13 años con su familia, siempre ha trabajado en los cultivos de espárrago y la empresa para la que trabaja le ayudó con las gestiones del traslado. Cuando le pregunto cómo es la vida en el pueblo, él me contesta simplemente: “Estamos bien. La gente vive bien y está contenta”. Él nunca ha recibido ayudas y nunca ha asistido a cursos de español. Él tiene su trabajo, la mujer está en casa, y el día en el pueblo transcurre entre una cosa y la otra.

Encargado del establecimiento de Torre
          del Burgo Encargado de la planta de procesado de Torre del Burgo

Poco antes, un chico originario de Torre del Burgo me había explicado que, con respecto a Heras de Ayuso, la distribución de la población es un poco diferente: “Aquí los trabajadores están más a su rollo que en Heras, no se mezclan mucho. Toda la parte de abajo”, y me indica las naves que colindan con los campos de espárrago, “es donde viven los trabajadores. La parte de arriba, la que se distribuye por las colinas, donde están los chalets, es cien por cien de españoles. La mayoría están en el negocio de los cultivos, hay unos que supervisan la labor en el campo y otros que se suben todos los días para Guadalajara.”.

Mi excursión en la campiña de Guadalajara se concluye con una vuelta por las inmensas tierras vacías, donde para hoy ya se han acabado todos los espárragos, y voy a tomar un aperitivo al bar con dos de los jefes de la empresa. La chica búlgara encargada nos pone algo de beber y un poco de chorizo. Uno de ellos, un señor gordo que siempre está acompañado por su pequeño perro, dice que nació en Torre del Burgo y que se pasó la juventud trabajando en los campos. Cree que hoy los jóvenes no tienen ganas de trabajar, y no se refiere solamente a sus paisanos: “Los jóvenes que trabajan aquí son buenos chicos, pero el trabajo no le apetece. Yo no soy racista –dice, sonriendo a la camarera con confianza e ironía- pero una cosa tengo que confesar: hay muchas, demasiadas diferencias, y a menudo se notan. Ahora, por ejemplo, los marroquíes están de Ramadán y no pueden comer en todo el día, y esto les hace claramente menos productivos.”

La jornada de labor se está acabando. Pronto todos los obreros empezarán a salir de los campos y de las naves para reunirse con sus familias. Ningún transporte público pasará por Torre del Burgo y Heras de Ayuso. Yo empiezo a volver hacia los ritmos metropolitanos, y lo que me dejo atrás es una realidad, en muchos sentidos, distante.

Icono subida