Los nuevos habitantes de la España Vacía

Los latinos que viven en la Soria aislada


Aitana Constans
Vista panorámica de San Pedro Manrque Vista panorámica de San Pedro Manrique.

Ancha es Castilla. Cientos de hectáreas dedicadas al monocultivo se extienden a lo largo y ancho de la meseta. El cereal, en especial el trigo, siembra la planicie castellana. Las espigas, aún verdes, tiñen la llanura, cuya armonía cromática se ve interrumpida aquí y allá por las amapolas. Un paisaje extenso e interminable que cruzan largas y rectas carreteras que conectan unas poblaciones con otras. Nos encontramos en Soria, la provincia encuadrada al noroeste de Castilla y León.

A medida que nos adentramos en la provincia soriana, el paisaje rural empieza a cambiar. La planicie ahora salpicada de rebaños de ovejas y vacas abre paso a las formaciones montañosas libres de vegetación en las cúspides, lo cual nos habla del intenso frío del invierno en esta zona. Por el contrario, las faldas de las montañas están plagadas de chopos, indicativo de la existencia de agua. Por allí discurre el río Linares que va camino del Ebro, no sin antes cruzarse con el arroyo del Regajo y Valdeavellano y abastecer a la capital de las Tierras Altas de Soria: San Pedro Manrique.

De camino a San Pedro Manrique Recorriendo la provincia de Soria camino de San Pedro Manrique.

Este pueblo de alta montaña es, según su alcalde Jesús Hernández, uno de los lugares más deshabitados por kilómetro cuadrado de España, e incluso de Europa, además de ser uno de esos pueblos con la mayor tasa de población inmigrante. De acuerdo con el último dato del padrón continuo que publica el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2016, uno de cada cinco habitantes de San Pedro había nacido en el extranjero, es decir, que el 25,6% de un total de 593 ciudadanos son inmigrantes.

San Pedro Manrique es la cabecera de la comarca de las Tierras Altas de Soria, un enclave rodeado de masa forestal y hectáreas de cultivo que sufrió, entre 1955 y 1965, la migración masiva de sus habitantes reconvertidos en mano de obra para la construcción de infraestructuras del País Vasco y Cataluña. Un vacío que en las dos últimas décadas han llenado los inmigrantes, especialmente aquellos provenientes de América del Sur y el Norte de África.

Cerca de un 40%, es decir, 58 de los 152 inmigrantes contabilizados por el INE en 2016, nacieron al otro lado del Atlántico. Los ecuatorianos, los dominicanos y los bolivianos son las nacionalidades mayoritarias con 35, 11 y 5 ciudadanos afincados en San Pedro respectivamente. Del otro lado del estrecho de Gibraltar provienen 54 inmigrantes, lo que representa poco más del 35% del total de extranjeros. La proporción más grande la aporta Marruecos con 46 mientras que Argelia aporta el resto de inmigrantes africanos.

El resto de habitantes nacidos en el extranjero son de procedencia europea y, en concreto, de Bulgaria con 30 ciudadanos de un total de 40 procedentes de la Unión Europea.

Plaza de San Pedro Manrique Plaza mayor de San Pedro Manrique.

En el centro del pueblo está su plaza empedrada y de forma triangular que concentra la actividad diaria de San Pedro. Cuenta con tres bares, dos cajas rurales y una panadería reconvertida en supermercado que medita si echar el cierre. Junto a estos establecimientos, casas con cierto aire señorial y otras ciertamente abandonadas por sus vecinos y el paso de los años.

Allí, en la terraza de uno de los bares nos atiende un camarero joven y de origen ecuatoriano que a pesar de la insistencia de su alcalde no está muy dispuesto a contarnos su historia. A pesar de este percance, Hernández se muestra orgulloso de la buena armonía que hay entre todos los vecinos, es más, remarca que “los propios inmigrantes están más integrados que los nacionales”. “De hecho, se ha dado el caso de un inmigrante marroquí que llegó a San Pedro hace casi dos décadas y se ha jubilado aquí”, explica.

Bar en la plaza de San Pedro Manrique Bar de la plaza mayor de San Pedro Manrique.

Con respecto a este tema de la convivencia, Hernández afirma que “no ha habido ningún conflicto” y que “la integración es bastante buena aunque si no es mejor es porque ellos no quieren dar un paso al frente por sus tradiciones y cultura. No obstante, las segundas generaciones sí han roto esa barrera de los padres y me gusta porque así se hace pueblo y hay que ser solidarios”, añade.

En aras de mejorar la integración, comenta, “se imparten cursos de alfabetización para romper las barreras lingüísticas y conseguir una mayor afinidad, pero hay muchos que no quieren” –en referencia a la comunidad musulmana– “con lo cual al final ya es una cuestión individual”.

A pesar de la negativa del camarero, otro extranjero procedente de Latinoamérica decide hacernos partícipe de su periplo por España.

Se trata de Apolonio, es de Bolivia, tiene 32 años y desde hace 12 vive en España, aunque antes de establecerse en San Pedro vivió en Valencia y, posteriormente en Yanguas, a donde llegó a través de un curso sobre incendios forestales organizado por la Junta de Castilla y León y promocionado por la Asociación de Ayuda a los inmigrantes de Valencia.

El paso definitivo para mudarse a San Pedro (a unos 13 kilómetros de Yanguas) para dedicarse a la obra fue, sobre todo, por su mujer Tania, que trabaja aquí en la residencia de la tercera edad, y su hijo de ocho años, Eddie Bryan. Confiesa estar “muy a gusto” y aunque a Tania le costó acostumbrarse al cambio de la ciudad al campo y al clima, pues el de Soria nada tiene que ver con el de Valencia y el de la región boliviana de la que provienen, Santa Cruz, afirma que no se le pasa por la cabeza irse a otro sitio. Y la razón no es otra que está muy feliz e integrado, tanto que sus amigos son mayoritariamente españoles con quienes comparte tardes jugando a las cartas en el bar, pero también ecuatorianos, dominicanos y demás bolivianos, eso sí, con los marroquíes admite no juntarse.

A colación de los diferentes trabajos que ha desempeñado Apolonio, el alcalde remarca que “hay paro pero no hay paro”. “Muchos prefieren cobrar los 400 euros del subsidio, pero la gente que quiere trabajar tiene trabajo. “Es cuestión de actitud y de echar la pereza fuera”, indica.

De hecho, Hernández asegura que “en el mundo rural hay trabajo y que lo que hay que conseguir es crear las condiciones necesarias que hagan apetecible vivir en el pueblo, lo que atraería gente pero, para ello, la Administración Pública tiene que mirar por el mundo rural e invertir”.

En la actualidad, la base de la economía de San Pedro y la comarca, además de la construcción que ya no atraviesa su época dorada, es la fábrica de embutidos que emplea a 80 personas.

Una de ellas es Amar, un argelino que ya lleva 15 años en España y en San Pedro, aunque reconoce que llegó de rebote porque en Francia, su primer destino, era muy complicado obtener los papeles. Su mujer, también de Argelia, vino hace cinco años y trabaja en la fábrica con él. Tienen un hijo de cuatro años y se muestran muy contentos de estar donde están y no tiene reparos en contarnos que aquí le recibieron con los brazos abiertos, que sus amigos son los españoles y que no ha sufrido discriminación alguna.

Paisaje de las Tierras Altas de Soria Paisaje de las Tierras Altas de Soria.

Pero ellos no son los únicos que han venido a repoblar las Tierras Altas de Soria. Los propios nativos están volviendo a casa para quedarse. El caso más significativo es el del alcalde de San Pedro, que muchos años después de cambiar el pueblo por la gran ciudad y formarse como empresario dentro y fuera de nuestras fronteras volvió hace tres años y, desde hace dos, le eligieron como alcalde.

La vuelta de los nativos a casa es una tendencia al alza que se percibe en mayor medida en Sarnago, un pueblo a tres kilómetros de San Pedro deshabitado por completo desde 1982 y que ahora está en plena fase de reconstrucción. Sarnago es uno de los cerca de 25 pueblos de la mancomunidad que Jesús Hernández calcula que están abandonados.

Una de las calles de Sarnago Calle del pueblo de Sarnago.

El camino que discurre entre un municipio y otro es complicado de transitar. La gravilla y las piedras dispuestas como si de asfalto se tratase se alternan con hondos baches precipitados por los camiones que discurren a diario camino del bosque que inunda el paisaje del fondo y de donde las grandes compañías, especialmente extranjeras, extraen madera. Un transitar diario que el alcalde observa con cierto resquemor, ya que según Hernández, “riqueza la aprovechan otros sin ningún tipo de repercusión positiva para la zona”.

Sin embargo, le llena de satisfacción que en las últimas semanas, esta misma vía acoge también las idas y venidas de los ex habitantes de Sarnago que vuelven cada fin de semana a reconstruir las casas en las que hace muchos años vivieron con sus familiares.

Los nuevos habitantes de Sarnago reconstruyendo su plaza Los nuevos habitantes de Sarnago reconstruyendo su plaza.

El pueblo está totalmente derruido, incluía la iglesia cuya última homilía fue hace 35 años. Pero los trabajos no solamente se centran en volver a levantar fachadas de piedra procedente de la cantera de la comarca, sino también en reconstruir todos los espacios típicos de un pueblo, como es su plaza. Hoy, de hecho, la están asfaltando. En ese mismo espacio se alza la casa principal, la verdadera casa concebida por y para el pueblo donde cada cierto tiempo se planea una comida vía Facebook donde propios y extraños hemos sido invitados.

Medio centenar de personas fuimos a comer arroz negro como si estuviéramos en el paseo marítimo de cualquier playa del Mediterráneo. Nada más lejos de la realidad. Estábamos en un pueblo abandonado hacía décadas a poco más de 30 kilómetros de Soria capital y rodeados de sacos de cemento, carretillas y andamios, pero sobre todo, de muchas ganas de volver a casa.

El chef de Sarnago El chef de Sarnago.

La fecha de la primera mudanza, aunque de momento solamente para la época estival, está prevista para dentro de un mes, es decir, para San Juan: las fiestas grandes de San Pedro Manrique por su tradicional rito del Paso del Fuego. Sin duda este año, la noche de San Juan será más mágica que nunca.

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